domingo, 29 de marzo de 2009

A FALTA DE PAPEL HIGIÉNICO, BUENOS SON LOS LIBROS





EL NACIONAL -
Domingo 29 de Marzo de 2009O

Opinión
El Editorial




La quema de libros
En papel toilette


Q ue el teniente (r) Diosdado Cabello haya convertido en fogata 62.262 libros de las bibliotecas del estado Miranda, en sus tiempos de gobernador, entre 2007 y 2008, y los vendiera como "pulpa de papel", nos remite a las piras medievales cuando la Santa Inquisición quemaba los papeles que consideraba heréticos. En aquellos tiempos operaba el fanatismo religioso. Lo que ha sucedido hoy en Miranda es producto de la ignorancia.

Siete Días publica este domingo un rotundo reportaje de Laura Helena Castillo, titulado "La destrucción de la cultura". Ningún venezolano puede ser indiferente ante esta tragedia. La destrucción de libros para convertirlos en papel higiénico fue decidida por uno de los prohombres de la revolución bolivariana, la mano derecha de Hugo Chávez, su sombra y el brazo ejecutor de sus deseos.

Salvando la distancias, es un signo que nos remite a aquel general español que atronó al mundo con su grito bárbaro de "Muera la inteligencia". Ese es el precedente de esta "Misión Cabello", del ex gobernador del estado que lleva el nombre del Precursor Francisco de Miranda, el hombre que más amaba los libros. Pero Diosdado decidió dejar calva la cultura. Con razón lo odia Tarek Wiliams Saab, en Anzoátegui.

Tristes y deplorables circunstancias son estas en las que un gobernador y hoy ministro manda a quemar libros: 62.262, según cifras registradas. No se entiende que un militar actúe de esta manera. El Estado invierte grandes sumas para educar a sus filas castrenses. Convendría preguntar ¿qué ha sucedido con las academias militares? Esto es penoso, pero no menos lo es el silencio de los intelectuales, de los escritores y poetas de palomitas sabaneras (que vivieron y chuparon de la cuarta), hoy al servicio de la revolución que desde la Casa de Bello, Monte Ávila, la revista Imagen, la Biblioteca Ayacucho, cohonestan ultrajes de esta naturaleza.

¿Es que están de acuerdo, acaso, con que se destruya el gran legado de la cultura? ¿Saben, por fortuna, que sus propios libros se convirtieron también en papel higiénico? ¿Qué los obliga a tan escandaloso silencio? ¿Qué riesgo comporta abogar por la preservación de la cultura, si se pertenece a su mundo? Y si comportara alguno, ¿no creen que valdría la pena? Desgraciados tiempos para la cultura cuando la propia Biblioteca Nacional está convertida en anfiteatro político, donde los muros se tapizan con retratos de Marx, Ché Guevara, Mao y Fidel Castro, y donde quien dicta órdenes es el colectivo La Piedrita. Es trágico leer estas historias y oír la confesión de quienes convierten libros en papel toilette: "Nos traen los libros y los rompemos para sacarles la pega y la portada. Seleccionamos el material, lo embalamos y lo mandamos al molino". Entre estos libros estaban las Obras Completas de Rómulo Gallegos, editadas por Aguilar en Madrid en 1959. Siete Días concluye: "A esa empresa devoradora de letras llevaron los libros que sacaron de las bibliotecas mirandinas". ¡Ahí tenemos la otra cara de la Misión Robinson!

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