miércoles, 6 de mayo de 2009

EL AGOTAMIENTO FÁLICO DE LA REVOLUCION


Por: Ximena Agudo



Las acciones de fuerza se han ido intensificando en el país, adecuándose a un modelo militarista de control social, cada vez más personalizado e individualista. Una forma de corrupción del modo militar de actuar que necesita penetrar y dominar todas las esferas, públicas y privadas, de la vida nacional.


Se nutre este modelo de un amplio repertorio de actitudes machistas y sexistas –por decir lo menos-- cuyos gestos, usos de lenguaje y prácticas políticas se alternan y compiten entre sí a través de sus voceros; aún a través de aquellos que, sin insignias militares, ocupan las bancadas civiles y codiciados nichos gubernamentales. No escapan, a los efectos de este modelo de fuerza, las rejoneadoras de la revolución en la Asamblea Nacional, en la Fiscalía General de la República o en el Consejo Nacional Electoral. Tampoco aquella otra designada a dedo.

Domada su naturaleza, adoptan el imaginario masculino-caudillista de la revolución, sometiéndose a ella –y a ellos— para cumplir con el mandado de empuñar, y bien hincar, los rejones de castigo. Si se invocara el universo de comprensión que invade al ministerio de la cultura hoy, habría que referirse al comportamiento que regula las relaciones entre las hembras y el macho alfa en el seno del rebaño o de la manada. Sin embargo, prefiero la sutileza de uno de esos filósofos anónimos del graffiti caraqueño, quien supo captar la esencia que los une, a ellas y ellos, en el juego vil de las jerarquías de género: “cuando el dedo señala la oscuridad, la boba mira el dedo”.


Este tipo de relaciones de poder nutren fantasías de dominación y violencia, y a su vez son engendradas por ellas. En los regímenes totalitarios, como es de suponer, campean a rienda suelta. Cobran particular virulencia en épocas, sobre todo, en que el estereotipo de la fuerza se tambalea por dentro. El miedo es su causa ulterior. No son, por lo tanto, los sujetos seguros quienes más enconadamente desbocan sus fantasías de violencia y sometimiento. Son quienes se defienden de una temida e inconfesable debilidad. Condición que incrementa la necesidad de dominación; a la manera de un envarado resentimiento que la agudiza hasta los extremos de su fetichización. Como “agotamiento fálico” resume esta condición otra filósofa, esta vez catedrática española (*).

¡Patria, socialismo o muerte! Hasta ahora hemos sido testigos, apenas, de un amago del horror que esta revolución padece en su condición y en sus consecuencias.


(*Rosa M. Rodríguez Magda.)

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