TalCual 04-12-09
Entre 1866 (final de la Guerra Civil norteamericana) y 1900, el Lejano Oeste acumuló unos 20.000 muertos por armas de fuego. Casi 455 anuales o 38 muertos mensuales. La mayoría perdió la vida en emboscadas, por traición o tiros por la espalda, actos de venganzas o enfrentamientos entre pistoleros, borrachos de cantina y prostitutas de pura ruindad.
En Venezuela, en casi 11 anos llevamos cerca 130.000 víctimas; ya próximos a las 19.000 en 2009 y con 52, sólo en Caracas, el tercer fin de semana de noviembre. Las circunstancias de su ocurrencia serían análogas a las del Salvaje Oeste, de no ser porque el norte, el este y el sur de Venezuela también son víctimas de esta inconmensurable tragedia .
La enconada violencia del Salvaje Oeste hizo que los impotentes agentes de ley matricularan a dudosos hombres de armas para ponerle coto a tanta villanía. Unos y otros siempre estuvieron dispuestos a jugarse la vida por una mano de póker, mientras que con la otra descargaban la Colt 45 sobre los prófugos de oficio en orgiástica cacería. Los carteles con la foto de la presa y obligada recompensa constituían el grito de partida de la sangrienta carrera. Desde entonces, “SE BUSCA VIVO O MUERTO” ha sido el lema de guerra del más despreciable subgénero humano: el caza-recompensas.
El gobernador de Vargas acaba de anunciar un "plan de incentivos" para promover el trabajo de los cuerpos armados de ley, incluida la Guardia Nacional. Escalofriante. Esta variante de la Salvaje Ley del Oeste contempla una “escala de motivación” para los próximos Red Rangers Bounty Hunters (Rangers Rojos Caza Recompensas): 10 mil bolívares por un homicida, violador o secuestrador; 5 mil por armas de fuego o por distribuidores de drogas, y otros incentivos económicos por vehículos robados o bandas delictivas.
No tuvo Waytt Earp tanta inventiva al momento de dar al traste con los desalmados Dalton.
Esta letal política de “haga Ud. mismo lo que nosotros no podemos hacer” es aún más aberrante. Ofrece motos, neveras y cocinas para todo aquel –quienquiera- que juzgue como delincuente a otro y lo denuncie. Como “aportes a la comunidad” se entiende esta grotesca iniciativa, que así como juega con la misérrima vida de unos, le poner precio a la cabeza de quien se convierta en presa de caza de este perverso sistema de justicia.
Un plan que desnuda la bancarrota ética y moral de quienes gobiernan; de quienes tienen que pagar por la cacería de aquellos que el mismo gobierno, en su ignorancia e incompetencia no sabe contener, mucho menos juzgar de acuerdo a leyes de elemental civilidad.
Roy Bean, corpulento cantinero y contrabandista despachaba licor y justicia sentado sobre una barrica de cerveza en el poblado de Langtry. Tuvo por esposa a una tal Chávez de origen dudoso; era de escasísima formación, apenas leer podía, e inventaba jurisprudencia y códigos entre partida y partida de poker.
“Bean es la ley al oeste del Pecos” rezaba el rótulo en la fachada de “Jersey Lilly”, su cantina. Guarida del verdugo cuyos arbitrarios dictámenes jamás concedieron derechos ni clemencia a quienes se le antojó culpables. Son los datos de Gregorio Doval de uno de los más vandálicos personajes de su Breve historia del Salvaje Oeste sobre pistoleros y forajidos.
Dios libre que el Río Pecos se desborde sobre Vargas.
Dios libre que inunde a Venezuela esta sangrienta y ya anunciada vaguada.
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