Por: Ildemaro Torres
El Nacional 12-04-10
A las muchas formas de violencia social a que estamos sometidas las personas, se les suman las agresiones en el campo de la estética; y aun pudiendo parecer baladí el planteamiento, o desproporcionado el hecho de darles a esas agresiones jerarquía de problema y como tal abordarlas junto al desempleo, la carestía de la vida, la inseguridad o el acoso represivo, hay elementos probatorios de que sí revisten importancia.
Ante el comentario de que Leoncio Martínez-Leo en sus caricaturas mostraba regusto por la fealdad de sus personajes, Aquiles Nazoa aclaraba que si no había belleza en esos dibujos "es porque no podía haberla, pues se trataba de retratar a un pueblo y a un país estrangulados por el hambre, las enfermedades, la ignorancia y la represión inmisericorde de una dictadura cruel"; y en su defensa del habla venezolana, al referirse a los medios de comunicación denunciaba "la constancia y multiplicidad con que el feísmo industrializado y la vulgaridad nos golpean la sensibilidad y la inteligencia".
Estamos ante dos vertientes de lo planteado: hay lo feo como resultado, causa a su vez de determinadas conductas, y hay un auge intencional de la fealdad; hay veces en que las circunstancias, por su dureza, determinan la procacidad, y otras en las que la procacidad parece ser cultivada a propósito, hasta institucionalizarla como forma de habla y de conducta. Hagamos caso a nuestros humoristas, que palpada la ordinariez revolucionaria nos aconsejan "crear y estimular una estética del humor", teniendo en cuenta que "existe un fomento deliberado de la fealdad a manera de patrón estético, con miras a la admisión de lo grotesco como normal"; evitar caer en la vacuidad de conceptos, por ser formas potenciales de evasión; entender que es un deber enfrentar a cuanto atente contra la dignidad humana; y defender con firmeza nuestros valores culturales.
Calles asquerosas cual gigantescos depósitos de basura, viviendas en ruinas, incremento de la mendicidad, morgues abarrotadas, y unidas a ello epidemias de varias enfermedades regadas por todo el país.
Tenemos un pueblo que cree en los principios de una verdadera democracia, pero que ya no confía en ninguno de los poderes públicos, por sumisos a la voluntad del comandante y por la degradación de cada uno de ellos.
El Presidente, militar mesiánico convencido de que lidera una revolución de dimensión mundial, por ser pendenciero estructural y serle consustancial agredir no va a cambiar.
¿Qué nos queda entonces?, no más búsqueda de un diálogo que no es lo suyo dado que él prefiere incitar a una guerra civil; y nuestro tiempo, en vez de seguir malgastándolo con dicho personaje, dedicarlo al diseño de proposiciones y acciones concretas que nos ayuden a superar el atraso que él constituye.
En la actitud asumida por muchos de quienes podrían contribuir efectivamente al desarrollo de una estética urbana integral, subyace la tradicional subestimación de creer que la población no capta, no entiende, no juzga, y, sobre todo, no degusta.
A la vista de la situación negativa que vivimos, debemos reconquistar una realidad que propicie nuestras acciones creativas y constructivas, que conlleve la solución de la nefasta devaluación humana señalada, y que haga posible el ejercicio pleno de nuestros derechos ciudadanos.
Leoncio Martínez
Este hombre de la música y las letras, nació en la ciudad de Caracas el 22 de diciembre de 1888. Una de sus labores más conocidas fue la fundación junto a Francisco Pimentel (Job Pim) en 1923, del semanario humorístico “Fantoches”, del cual fue director y colaborador asiduo. Empleaba el seudónimo de “Leo” para redactar columnas de crítica literaria, taurina y de actualidad, así como también hacía críticas bastante jocosas y de aversión al gobierno gomecista en la sección “Leo y Comento”. A pesar de la aclamada polémica que en su momento causó la publicación, el dictador Juan Vicente Gómez ordenó su cierre inmediato. En su labor de periodista también contribuyó en la escritura de reportajes y artículos de opinión en periódicos y revistas venezolanos como “La Voz del Pueblo”, “El Cojo Ilustrado” (1908), “El Nuevo Diario”, “La Linterna Mágica” y “Pitorreos” (1913).
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