TalCual
22 de Julio de 2009
A terradora conclusión de un estudio sobre violencia de género en Sudáfrica. Hoy las actitudes que rebajan a la mujer son perpetuadas por figuras públicas. Su trasfondo: el atormentante miedo de no ser lo suficientemente "macho". Temor que se engrumece con las carencias emocionales y socioeconómicas.
Aquellos curtidos por el miedo hacen de la violencia norma e instrumento de control interpersonal, social y político.
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22 de Julio de 2009
Por: Ximena Agudo
A terradora conclusión de un estudio sobre violencia de género en Sudáfrica. Hoy las actitudes que rebajan a la mujer son perpetuadas por figuras públicas. Su trasfondo: el atormentante miedo de no ser lo suficientemente "macho". Temor que se engrumece con las carencias emocionales y socioeconómicas.
Aquellos curtidos por el miedo hacen de la violencia norma e instrumento de control interpersonal, social y político.
Aquí mismo. La violencia emocional, estructural, patrimonial, política, ideológica y de género nos estrangulan en vida. El insulto y la humillación se han aliado a la criminalidad para una coerción letal. La corrupción endógena se exporta para promover la mendicidad continental. El totalitarismo, aupado por una propaganda oficial que copula con la mentira, succiona alma y espíritu a los débiles y suma depredadores.
La violencia de género, como en Sudáfrica, corona el colosal sumario de violaciones. De esta manera grotesca se delata el agotamiento fálico de quienes actúan desde el gobierno.
El militarismo en Venezuela, sin las mujeres del régimen, no tiene pujanza. La forma de corrupción de este modo militar de actuar necesita penetrar y dominar todas las esferas públicas y privadas de la vida nacional, y precisa de un escuadrón de mandaderas de oficio: las rejoneadoras de la revolución en la Asamblea Nacional, en la Fiscalía General de la República, en el Tribunal Supremo de Justicia, en el Consejo Nacional Electoral, en la Defensoría del Pueblo; y aquella investida de gracia mediante gesto primitivo, simulacro de improbable turgencia viril. Rebajadas ante el imaginario machista de la revolución, se han sometido a ella y a ellos para cumplir con el mandato de hincar los rejones de castigo sobre el cuerpo físico y simbólico de quienes no se humillan. Mancilladas, bajo sus faldas corcovean los jefecillos tribales, responsables de los actos de violación. En su huida, en la hora final, dejarán que ellas carguen el costo de toda la violencia urdida contra sí mismas y el resto de nosotros.
Mas los hombres y mujeres de bien cuentan con un fecundo universo de voces femeninas que dan cuerpo y sentido a sus justas urgencias. Ellas trazan el mapa de una sociedad libre para todos. Irrenunciable. La resistencia, la lucha y la acción; la libertad, la democracia y la solidaridad; la paz, la reconciliación y la armonía; la ciencia y la cultura; la ciudadanía, la ética y la moral; la decencia, la conciencia y la prosperidad; la razón y la pasión; la voluntad, la fe y la esperanza...
¡Son todas femeninas! Francas, honestas. De mercenarias y mercenarios son las piruetas gramaticales que igualan lingüísticamente la diversidad, subordinándola así a un sentido hipócrita de la equidad.
Maltratada en este imperio de la violencia, en verdad, no hay lugar para ella. En perfecto castellano, el reino de lo femenino no necesita escolta. Tiene majestad propia. El artículo "la" condensa su inequívoca determinación e identidad. Su sola enunciación es un manifiesto sobre la diferencia y sobre su ejercicio en plenitud y derecho.
Una proclama de orgullo en su defensa. Ellas, voces con auctoritas, confirman que la virilidad de los jefecillos tribales del régimen se mide por sus atroces crímenes de violación a la dignidad de sus mujeres, a la Constitución, a la nación y a la madre patria. La justicia es resolutivamente femenina y ante ella siempre aflojan los cobardes.
La victoria también es nuestra.